Sebastián Rodrigo publica La Nueva Violencia Moderna, una novela distópica que critica el control ideológico

Con 24 años y sin estudios formales en literatura, el chillanejo Sebastián Enrique Rodrigo González acaba de lanzar La Nueva Violencia Moderna, su primera novela publicada. El libro, que desarrolla un mundo distópico dividido entre dos civilizaciones paralelas, aborda de forma directa temas como el poder, la identidad y el pensamiento único.

La historia se sitúa entre Terra y Lamaria, dos versiones de la Tierra separadas por décadas de desarrollo tecnológico. El secreto de su existencia recae en la familia Risele, que busca unificar ambos mundos eliminando las divisiones tradicionales —nacionalidades, géneros, razas— en favor de una sola civilización. Desde ese punto de partida, la novela plantea preguntas incómodas sobre la imposición de ideas, el relativismo moral y los límites de la libertad individual.

Rodrigo, quien escribió el libro entre la gestión de su empresa informática y la crianza de sus hijos, reconoce que el proceso fue solitario, pero intencionalmente alejado de influencias académicas o del circuito literario tradicional. Publicó de forma independiente, fundando su propia editorial —Siriza Agaria— y financiando todo el proceso editorial. Según él, esa autonomía le permitió evitar filtros que pudieran suavizar el contenido.

“La Nueva Violencia Moderna no busca agradar. Es un libro largo, complejo y con un mensaje que no es fácil de tragar”, explica el autor. Para él, la “nueva violencia” es el intento de uniformar el pensamiento, una crítica que se articula a través de una narrativa que combina ciencia ficción, política y filosofía.

Actualmente, el autor se encuentra escribiendo nuevas obras, entre ellas Emporio Rosmini, una historia de aventuras con tintes románticos, y Mi primer naufragio, que mezcla ciencia ficción y piratería. También espera publicar La Segunda Guerra Florida, su primera novela escrita en el colegio, pendiente de un concurso internacional.

Desde Chillán, Sebastián Rodrigo sigue escribiendo con un objetivo claro: decir lo que quiere decir, sin pedir permiso.

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